Crisis Económica: El último paga la cuenta

Todo parece indicar que la peor crisis económica desde la Gran Depresión de los años 30’ está mostrando señales de amainar, al menos así lo muestran varios datos que han influido positivamente en la percepción de los agentes de mercado (si, los mismos que a causa de su mala percepción contribuyeron a la escoba que quedó). Eso sí, el problema que ahora se empezará a visibilizar en el mundo en general es complicado, pues producto de este “Credit Crunch” se generó una enorme deuda pública.

Como llegamos a esto?

Cuando la crisis se desató pudimos ver como la mayoría de los gobiernos de los países industrializados comenzaron a pedir préstamos en cantidades –precisamente- industriales, y es que cuando la recesión ataca, los ingresos tributarios de los países disminuyen y por el contrario el gasto aumenta pues los gobiernos se ven obligados a gastar más platita en rescates financieros, beneficios de cesantía y planes de estímulo. El FMI calcula que la deuda pública de los países más ricos se irá a las nubes del 78% del PIB en 2007 al 114 % para 2014. Para esa fecha estos gobiernos deberán la módica cifra de US$ 50 mil por cada uno de sus ciudadanos.

Desde la II Guerra Mundial que no habíamos visto tantos gobiernos que pidieran tantos préstamos tan rápidamente o que hubieran estado, colectivamente, tan fuertemente endeudados. Es más, un hecho que agrava el problema es que el aumento repentino de la deuda de hoy en día, a diferencia de los tiempos de guerra, no será temporal. Incluso, después que la actual recesión definitivamente termine, los países industrializados estarán manejando durante varios años presupuestos muy reducidos lo que obligará a que su deuda suba todavía más al verse “cortos de caja” y obligados a sustentar gastos ineludibles para los cuales no tienen fondos.

Quiebra presupuestaria inevitable

Para agravar lo anterior, la actual ola de empréstitos está sucediendo exactamente antes que ocurra la ya anunciada quiebra presupuestaria en cámara lenta que será provocada por los costos de salud y de pensiones de una población más longeva. Para 2050, un tercio de la población del mundo rico tendrá más de 60 años. El gasto fiscal que se producirá por pago de pensiones y salud se estima que sea 10 veces más grande que el costo fiscal de la actual crisis económica.

Toda esta alarmante trayectoria deja a aquellos a cargo de las políticas económicas en un aprieto cada vez más difícil. En el corto plazo, los préstamos que han pedido los gobiernos han sido un “parche curita” vital para combatir el receso económico. Sin los rescates de bancos, la crisis financiera habría sido incluso una escoba más gigantesca. Sin estímulos, la recesión global sería más profunda y más larga, y sabido es que una contracción larga en la actividad económica lo que más daño produce a las arcas fiscales. Pero en el largo plazo la expansión del gasto fiscal que hoy vemos es absolutamente insostenible. La necesidad de platita por parte de los gobiernos con el tiempo podría desplazar a la inversión privada y reducir el crecimiento económico. Incluso peor, la escala de las deudas venideras podría llevar finalmente a los gobiernos a un incumplimiento de pago o a reducir el costo real de su deuda a través de una inflación alta.

La preocupación por los eventuales incumplimientos se ha centrado en los países más débiles del área del euro, Grecia, Irlanda, Italia, Portugal y España, donde la moneda única jode la opción de manejar una inflación unilateral. El susto por una eventual inflación se ha concentrado en Estados Unidos, donde las rentabilidades de los bonos del Tesoro a 10 años llegaron a casi 4 % el 10 de Junio; para que se hagan un referencia, en Diciembre 2008, esa cifra no llegó más allá del 2%. Gran parte de este incremento proviene de la confianza en la recuperación económica. Sin embargo, el impresionante hoyo financiero y los desconocidos efectos de la política monetaria de hoy, con la Reserva Federal -al igual que el Banco de Inglaterra- imprimiendo dinero como locos para luego comprar bonos de gobierno, están causando la inquietud de que la deuda de Estados Unidos pudiera inflarse con el tiempo.

Con o sin razón, estas inquietudes en un mundo como el financiero, que funciona eminentemente por especulación podrían generar un gran “cuco” y la ansiada recuperación económica podría haber nacido muerta si las tasas de interés suben mucho y muy rápido.

Y entonces qué hacemos?

Las soluciones económicas usadas hoy en día podrían ser cada vez más ineficientes, entonces ¿Qué deberían hacer aquellos a cargo de las políticas? Un ataque repentino de austeridad fiscal sería un error. Incluso cuando las economías dejen de contraerse, seguirán débiles por algún tiempo más. La experiencia de Japón en 1997, cuando un aumento en los impuestos al consumo llevó a la economía nuevamente a una recesión, es un recordatorio de que precipitarse a realizar un estrechamiento fiscal es mala idea, en especial después de una masiva quiebra bancaria. En lugar de reducir radicalmente sus déficits ahora, los gobiernos del mundo industrializado tienen que comprometerse -en forma creíble- que harán eso una vez que sus economías estén ya más firmes.

¿Pero cómo? Las promesas de los políticos no tienen mucho valor por sí mismas. Cualquier compromiso con la prudencia tiene que incluir principios claros de cómo se reducirán los déficits; nuevas reglas para endurecer la espina dorsal de las políticas económicas, y una acción rápida sobre las medidas políticamente poco populares, pero que producirían ahorros futuros sin afectar mucho la demanda hoy, como por ejemplo subir la edad de jubilación.

En general, los gobiernos deberían prometer limpiar completamente sus finanzas públicas a través de la reducción del gasto futuro y no con el alza de impuestos. La mayoría de los países europeos casi no tiene espacio para impuestos más altos. En varios, el gobierno ya absorbe más del 40 % del PIB. Se necesitará una reforma tributaria, especialmente en lugares como Gran Bretaña e Irlanda, que dependían demasiado de los ingresos de mercados financieros insustanciales y burbujas inmobiliarias. Incluso en Estados Unidos, donde los ingresos tributarios ascienden a menos del 30 % del PIB, subir simplemente las tasas de impuestos no es la mejor respuesta. Ahí también el control del gasto debería tener prioridad.

Como verán el panorama mundial aun es bastante complejo, muchos países saldrán de esta crisis muy lastimados, y el sistema financiero mundial (público y privado) tiene ahora la obligación de hacerse más eficiente y regulado.

 

Saludos.

V

 

Deja un comentario